Más que una típica infusión, el mate es una compañía. Es un
símbolo de amistad ya que nos une con otros a través de la rueda de mateada
permitiéndonos comunicarnos de igual a igual.
Es una de las costumbres que nos identifica como argentinos
pero que a la vez compartimos con otros países como Paraguay, Uruguay, Chile,
Brasil, Perú y Bolivia. También su uso se ha difundido, quizás gracias a los
inmigrantes, en países tales como Italia, Arabia Saudita, España, Líbano, Siria
y parte de Francia.
La historia del mate se remonta a la llegada de los
españoles a América, allí se encontraron que los aborígenes bebían una infusión
de hojas de Caa (como ellos llamaban a la yerba mate) varias veces al día.
Los
guaraníes ponían la bebida en una vasija de barro y usando sus dientes
escurrían las hojitas que les quedaban en la boca o sorbían esta infusión fría
a través de cañitas huecas.
Los españoles aprendieron de éstos a tomar mate pero
utilizaban un apartador (especie de cuchara con orificios) para separar el agua de las hojas.
La palabra mate deriva del quichua Mathi, calabacín, fruto
de la lagoria vulgaris, una planta trepadora. Fue el fruto de esta planta el
primer mate que se conoce, ya que era cortado y ahuecado para utilizarlo como
recipiente de la infusión.
Posteriormente, para embellecer y distinguir las
calabazas, se les grabó cruces, escudos, símbolos patrios, etc., llegando a entrar
en los salones de la alta sociedad a mediados del siglo XVII.
En cuanto a la evolución de la bombilla podemos decir que el
antiguo apartador que utilizaban los españoles se fue reformando hasta llegar a
lo que es hoy en día. El tubo hueco de caña con un colador en el extremo fue
reemplazado por uno de metal imitando al canastito de mimbre con hilos de
plata.
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